Aquí la caña manda Rodrigo Lorenzo
Aroma de caña quemada en la hacienda.
Allá en el bohío es mortal la humedad.
Los loros chillan, el amo calla,
se pone a fumar, se cala el Panamá.
Los pocos caimanes que quedan, chapoteando,
están desgarrando su traje de fiesta.
Aquí se para el tiempo, aquí no hay paz ni guerra,
aquí la caña manda, la caña y la selva.
La nueva mucama se enrosca a sus pies.
Su pobre familia se la regaló.
“Es tonta, y de nada nos vale aquí”.
“¡Padre, qué miedo, no quiero ir!”.
A cambio de casa y comida es muy fiel.
Su vida y destino dependen de él: de él.
Aquí se para el tiempo, aquí no hay paz ni guerra,
aquí la caña manda, la caña y la selva.
Por fin, la tormenta acaba por estallar.
El viento aúlla y la lluvia azota el mar.
El amo está furioso, no encuentra a la mucama,
“Ha huido por la manigua, no llegará muy lejos”.
Aquí se para el tiempo, aquí no hay paz ni guerra,
aquí la caña manda, la caña y la selva, sí.
La calma ha vuelto y el sol brilla otra vez.
Desnuda, pero viva, se arrastra la mucama.
El amo se sienta de nuevo, en el caserón.
La pobre mucama encuentra una cabaña.
Los pocos caimanes que quedan, chapoteando,
están desgarrando su traje de fiesta.
Aquí se para el tiempo, aquí no hay paz ni guerra,
aquí la caña manda, la caña y la selva.
El amo está tranquilo, se enciende un tabaco.
Y ella come tortas, sí, a salvo de su amo.
“¡La perra ya habrá muerto, no habrá llegado lejos!”
“¡El Amo era cruel, por eso lo dejé!”
Aquí se para el tiempo, aquí no hay paz ni guerra,
aquí la caña manda, la caña y la selva.